domingo, 24 de abril de 2011

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Nací con el superpoder de la evasión, mientras algunos niños nacen con una torta bajos el brazo, a mi me toco un filtro. A través de el pasan y se quedan, el clima, su cara de reprobación, el sonido del teléfono, los recuerdos agrios, el miedo, y un poco de sentido común. A través de el pasé la mayor parte de mi infancia, que aun me grita desde el otro lado reclamando mi atención.

Puedo filtrar a casi todos los seres humanos, y los que logran cruzar jamás lo hacen completos. Del lado líquido de mi universo solo cruzan humanoides incompletos, una vez que mi filtro les quita todo la suciedad y mundanidad llena de mundo que pudiera contaminar estos rumbos. Nadan junto a mi solo seres mutilados, mientras partes de sus cuerpos esperan pacientes en el filtro.

Estos seres y yo nos movemos entre ondas tranquilas, agua helada a veces, que alcanza a entibiarse solamente con algunas gotas de felicidad esporádicas.

Puedo apartar de mí todo el dolor, que se acumula al otro lado de mi universo junto con restos humanos, miradas recriminatorias, datos, su rostro, sombras y calor.

El dolor se acumula gota a gota hasta que comienza a corroer las fibras del filtro, por fin su ácido crea un agujero y comienza a gotear sobre la piscina tibia de mi mundo. Las aguas se agitan y burbujean. Yo me coloco bajo la gotera y abro la boca para tragármelo todo. Para que me saque de este infierno gris y tibio, de esta inmensidad perversamente igual, uniforme y deforme. Trago litros de dolor mientras las aguas se agitan enfurecidas. Lloro de felicidad, de dolor, de vida.

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