miércoles, 13 de abril de 2011

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Me hace cosquillas en los pies mientras intenta alcanzarme del techo. Pero ella está sola, yo estoy aquí arriba. Me mira desde el sucio piso con su mirada perdida en el infinito como intentando resolver una división de 13 dígitos mentalmente. Yo solo me recuesto en el cielo. El viento me atraviesa y veo su cuerpo que sigue recorriendo el aire en busca de algo que no comprende. Me busca a mi. Se busca a ella. Pero prefiero dejar sus intestinos retorcerse ahí abajo, prefiero quedarme aquí respirando mi deliciosa carencia de cuerpo. Inhalo el hermoso silencio que me acaricia. Puedo dejar que el miedo la sofoque y que la culpa se coma sus pulmones desde dentro. Ya regresaré cuando deje de ser un campo de batalla. No la necesito. Giró en el viento expandiéndome y contrayéndome a mis anchas. Soy gigantesca pero me deslizo por su cabello. Su mirada encuentra un punto al que anclarse por allá en el este, se sienta en el piso y deja caer la cabeza hacia un lado. Sus ojos se derriten. Aterrizó para consolarla, me acerco y su gravedad me consume. El silencio se rompe y estoy atrapada de nuevo en la tempestad. El ruido de nuestro microcosmos se libera como lluvia.

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