domingo, 24 de abril de 2011

-

Nací con el superpoder de la evasión, mientras algunos niños nacen con una torta bajos el brazo, a mi me toco un filtro. A través de el pasan y se quedan, el clima, su cara de reprobación, el sonido del teléfono, los recuerdos agrios, el miedo, y un poco de sentido común. A través de el pasé la mayor parte de mi infancia, que aun me grita desde el otro lado reclamando mi atención.

Puedo filtrar a casi todos los seres humanos, y los que logran cruzar jamás lo hacen completos. Del lado líquido de mi universo solo cruzan humanoides incompletos, una vez que mi filtro les quita todo la suciedad y mundanidad llena de mundo que pudiera contaminar estos rumbos. Nadan junto a mi solo seres mutilados, mientras partes de sus cuerpos esperan pacientes en el filtro.

Estos seres y yo nos movemos entre ondas tranquilas, agua helada a veces, que alcanza a entibiarse solamente con algunas gotas de felicidad esporádicas.

Puedo apartar de mí todo el dolor, que se acumula al otro lado de mi universo junto con restos humanos, miradas recriminatorias, datos, su rostro, sombras y calor.

El dolor se acumula gota a gota hasta que comienza a corroer las fibras del filtro, por fin su ácido crea un agujero y comienza a gotear sobre la piscina tibia de mi mundo. Las aguas se agitan y burbujean. Yo me coloco bajo la gotera y abro la boca para tragármelo todo. Para que me saque de este infierno gris y tibio, de esta inmensidad perversamente igual, uniforme y deforme. Trago litros de dolor mientras las aguas se agitan enfurecidas. Lloro de felicidad, de dolor, de vida.

miércoles, 13 de abril de 2011

-

Me hace cosquillas en los pies mientras intenta alcanzarme del techo. Pero ella está sola, yo estoy aquí arriba. Me mira desde el sucio piso con su mirada perdida en el infinito como intentando resolver una división de 13 dígitos mentalmente. Yo solo me recuesto en el cielo. El viento me atraviesa y veo su cuerpo que sigue recorriendo el aire en busca de algo que no comprende. Me busca a mi. Se busca a ella. Pero prefiero dejar sus intestinos retorcerse ahí abajo, prefiero quedarme aquí respirando mi deliciosa carencia de cuerpo. Inhalo el hermoso silencio que me acaricia. Puedo dejar que el miedo la sofoque y que la culpa se coma sus pulmones desde dentro. Ya regresaré cuando deje de ser un campo de batalla. No la necesito. Giró en el viento expandiéndome y contrayéndome a mis anchas. Soy gigantesca pero me deslizo por su cabello. Su mirada encuentra un punto al que anclarse por allá en el este, se sienta en el piso y deja caer la cabeza hacia un lado. Sus ojos se derriten. Aterrizó para consolarla, me acerco y su gravedad me consume. El silencio se rompe y estoy atrapada de nuevo en la tempestad. El ruido de nuestro microcosmos se libera como lluvia.