jueves, 27 de enero de 2011

Engendros de guerra

Esta rutina de muerte contamina aunque cierres los ojos, aunque pases la pagina o cambies el canal. Pero es tan fácil hacer oídos sordos, es tan fácil concentrarse en temas mas sofisticados o agradables y pretender que es otro suelo el que esta sangrando y no el tuyo. Pretender que perteneces a los otros, a los buenos, como si existieran los buenos en esta batalla sin héroes ni ideales. Pretendes que esta guerra no te toca pero el miedo en el aire se te mete por los poros y llena los pulmones, contamina los huesos y los vuelve de plomo.

Nos olvidamos que cada cadaver en esta guerra es mas que un número, que eran carne y hueso con 5 dedos en cada mano, que tuvieron maestros de primaria, y una talla de zapatos. Para mi son los amigos de la infancia que vi crecer y ser consumidos, para después ser asesinados, las narco mantas en mi colonia que aparecieron después, ver a esa familia que no tiene otra opción que quedarse en casa y esperar pasivamente a morir uno por uno. Es mi primo de 8 años que sabe diferenciar perfectamente una balasera de unos cohetes. Son los gritos por la noche de mi abuela, sus pastillas y sus pesadillas, es que el cabron asesino y secuestrador de mi abuelo siga en la calle, un número más. Es preguntar que hubo de nuevo en la semana y recibir un obituario como si fuera lo mas cotidiano del mundo. Es ese amigo y la noche que paso con una bala en el cuerpo y el cadáver de sus primos desangrándose sobre él, es que ahora tenga que vivir huyendo, como si presenciar un crimen te volviera mas criminal que al asesino.

Pero esta no es nuestra guerra, es del gobierno y es del narco. Claro, ellos tiene las manos llenas de sangre, pero nosotros vivimos hundidos en sangre hasta el cuello. Aun así es mas fácil cerrar los ojos. Por que, ¿Qué podríamos hacer? los gritos de paz se pierden en el vacío, podemos desgarrarnos las gargantas pero la sangre seguirá fluyendo. ¿Que podemos hacer ademas de ver las heridas en nuestros cuerpos, mentes crecer? Tragarnos el miedo y cruzar los dedos esperando mañana no estar a la hora incorrecta y en el lugar equivocado. Sacudir la cabeza en reprobación, repetir que "que fea esta la cosa", que "que horrendo lugar".

Pero eventualmente se cansa la voz, te quedas callado, te resignas a cerrar los ojos y cambiar de pagina y de canal. Y sin darnos cuenta, nos volvimos engendros de la guerra. Personas con el cuerpo manchado de sangre, pero un manto de silencio para cubrirnos. Decidimos tomar la indignación, y la rabia, y las lagrimas, y la impotencia y tragárnoslas sin importarnos el veneno. Y ahora corren por nuestras venas, como una mezcla repugnante de resignación e indiferencia. Dejamos que esta guerra nos robara el alma. La capacidad de asombro. La compasión. La humanidad. Le permitimos entrar en nuestros cuerpos y nuestras casas sin ponerle una barrera, porque no quedaba mas que hacer. Y ahora sus imágenes y palabras quedaron tatuadas en nuestra piel. Sicario, encobijado, ejecución, no son mas que nuestro pan de cada día, repetimos la palabra muerte tantas veces que ha perdido el sentido. Ahora esta mezcla repugnante que corría por nuestras venas comienza a endurecerse. Y nos volvemos piedra. Que mas podríamos ser si ya somos incapaces de sentir el asco, de sentir el coraje, si somos capaces de ver estas mas de 28 mil tumbas y girar la cabeza. Vendimos nuestra alma por un poco de esta paz falsa, por un poco de anestesia. Somos engendros de esta guerra, engendros de piedra, por que no quedaba nada mas en que convertirnos.

jueves, 6 de enero de 2011

Miedo a las alturas

Llovía a cántaros, como monzón, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Deberían declarar emergencia nacional y cancelar todos los vuelos, pensó. Es una irresponsabilidad por parte del gobierno dejar que las aerolíneas continúen en funcionamiento en estas condiciones, muchos vuelos se han caído por lluvias mucho menos fuertes que esta. Vio los boletos en la repisa y suspiró, el gerente le había dado una ultima advertencia de que no se realizarían más cambios de fecha para sus boletos. Además lo había prometido. Respiro profundamente y tomo su maleta. Sólo es un avión, se dijo. Salió de su casa y abrió el paraguas sobre el que cayeron tres gotas de lluvia para después detenerse. El solo lo encandilaba.

Aun con el paraguas abierto, bajo las escaleras y caminó hacia la esquina, miró el cielo esperanzado de que las pocas gotas que caían se volvieran un huracán, pero nada, se detuvieron por completo. Saludo a al vecina que lo observaba desde la ventana y espero a que pasara un taxi, pasaron 10 segundos y ya estaba dispuesto a regresar a su casa, nadie podía culparlo si no había tenido forma de llegar, pero un taxi paso lentamente frente a él. Resignado abrió la portezuela trasera del taxi y lo abordó.

-¿A dónde quiere ir? -preguntó el taxista, el hombre dudó.
-Al centro, por favor
El taxi avanzo veinte cuadras cuando el hombre se arrepintió. Lo prometí, lo prometí se repetía.
-¿Sabe que? Mejor hacia el aeropuerto por favor.

El taxista asintió mientras subía el volumen de la radio. Aunque quien sabe, pensó el hombre, la lluvia se detuvo, pero tal vez l humedad pudo haber oxidado los propulsores que pueden explotar en pleno vuelo descuartizando a todos los pasajeros.
-Disculpe, de regreso al centro por favor.
-Claro señor -dijo el taxista mientras viraba hacia la izquierda.

El vehículo avanzo veinte cuadras mientras el hombre ignoraba el celular que sonaba constantemente. Lo prometí, pensó. ¡Pero la humedad! Se respondía. Pero lo prometí.

-Si no es mucha molestia, ¿podría regresar hacia el aeropuerto? -dijo casi en un suspiro.

El taxista no respondió, sólo giró hacia la derecha para después seguir por avenida tres.

-¿Alguna vez ha escuchado de un avión que explote por la humedad y descuartice a todos sus pasajeros?
-No, señor -contestó secamente.
-No, yo tampoco, pero suena posible ¿no cree? Además, la presión no se siente adecuada el día de hoy, se siente un poco baja ¿no cree?
-No lo se señor
-¿Sabe qué? Creo que es mejor que regrese al centro.

El taxista lo ignoró, dio vuelta en el Boulevard Puerta Aérea a cinco cuadras del aeropuerto y se detuvo bruscamente.

-De aquí puede llegar solo al aeropuerto –dijo exasperado.
-¿Cuánto le debo? –preguntó avergonzado el hombre
-Lo que marque el taxímetro más la propina que quiera
-Todavía pide propina, ya no hay temor de Dios.

Le aventó un billete de cien pesos y bajó del taxi. Tardó una hora en caminar las cinco cuadras restantes, mientras cavilaba sobre los riesgos del terrorismo en México y los pilotos con certificados pirata.

Entró al aeropuerto y comenzó a buscar la puerta que le correspondía, después de un enorme recorrido de diez metros llegó a la conclusión de que sus boletos eran falsos pues la puerta no existía y caminó hacia la puerta del aeropuerto donde buscó otro taxi. Hizo un ademán para detener el primero que pasó y lo abordó. Nadie puede culparme, se dijo, yo lo intenté, además ¿quién necesita viajar en esas mounstrosidades si existen medios de transporte terrestres muchos más seguros? Pensó mientras veía el trailer acercarse a toda velocidad contra su ventanilla.